sábado, 23 de febrero de 2013

Pensar y Actuar



“Había una vez un pequeño castor que, como todos los castores, nació y creció en un bosque cerca del río. Pero este castor tenía algo en particular: era muy observador. Por eso se dio cuenta de que año tras año su familia perdía la casa cuando subía el nivel del río porque este entraba en la madriguera y la llenaba de agua.



Cansado de aquella situación, el pequeño castor se puso a pensar en cómo podría resolverse. Después de romperse mucho la cabeza, fue donde sus padres y les dijo que la solución era construir una casa por encima del nivel del río y reforzarla cada año para que soportase las crecidas.

Como aún era muy pequeño, su padre se rió y su madre le tomó la temperatura no fuera a ser que estuviese delirando por la fiebre. Cuando se dieron cuenta que el pequeño hablaba en serio y que no estaba enfermo, sintieron miedo por su salud mental pero como no habían psicólogos a disposición de los castores, los padres resolvieron el asunto como único sabían: diciéndole que aquella era la estupidez más grande que hubiesen escuchado jamás, que los castores no sabían construir y que, de generación en generación, siempre habían hecho sus casas de esa forma.

El pequeño castor no desistió de su propósito pero, como era muy inteligente, pensó en aplazar sus planes y construir él mismo su propia casa, cuando tuviera edad para ello.

Llegado el momento, comenzó a construir su casa. Utilizó los grandes palos que había cerca y los unió con barro. Sus padres lo miraban con pena y se avergonzaban porque era el único castor que no seguía las reglas. Cuando los palos se terminaron, el castor no tuvo más materiales con los cuales seguir construyendo. Entonces sus padres pensaron que abandonaría el proyecto y que finalmente haría una madriguera. Sin embargo, después de días de cavilación el castor encontró la respuesta: tallaría los árboles cercanos. Y así lo hizo.

De esa forma, construyó una casa muy resistente y cuando llegó la crecida no la afectó. Por supuesto, como es difícil abandonar las viejas costumbres, tuvieron que pasar varias crecidas para que los castores se convencieran de que aquella casa a cielo abierto era segura. El resultado final lo conocemos: desde aquel momento los castores comenzaron a construir sus casas encima del río y así lo vienen haciendo de generación en generación.”

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